Desde tiempos inmemoriales, todas las culturas del mundo han compartido una figura central: el Sanador o la Sanadora, una expresión arquetípica profundamente humana que responde al dolor y a la necesidad de cuidado. Este arquetipo, presente tanto en mitos como en la vida cotidiana, no es exclusivo de una región o época: surge una y otra vez como una fuerza vital que acompaña los procesos de enfermedad, pérdida, transformación y renacimiento. Sanar ha sido, es y será una necesidad universal.
Entre las múltiples formas que adopta este arquetipo, la curandera ocupa un lugar especialmente significativo, sobre todo en los territorios indígenas y mestizos de América. Su figura es la encarnación de saberes antiguos y prácticas vivas que integran el cuerpo, el espíritu, la comunidad y el territorio. No se trata únicamente de una especialista en remedios o rituales, sino de una guardián de la memoria colectiva, del equilibrio con la naturaleza y del alma comunitaria.
En México y América Latina, el curanderismo ha sobrevivido a siglos de colonización, medicalización forzada y desprestigio institucional. Hoy, en pleno siglo XXI, sigue vivo en las manos, la palabra y el corazón de miles de mujeres —y también hombres— que ejercen su oficio en barrios, pueblos, comunidades rurales, centros urbanos, hospitales alternativos, círculos espirituales y espacios terapéuticos. A pesar de los intentos históricos por erradicarlo o reducirlo a folclore, el curanderismo resiste como una práctica digna, eficaz y profundamente humana.

Una sabiduría viva y en movimiento
La mayoría de las curanderas han recibido su conocimiento a través de un linaje hereditario: abuelas, madres, tías o ancestros que compartieron sus secretos, plantas, rezos y formas de mirar el mundo. Sin embargo, muchas otras han llegado a este camino por llamado espiritual, experiencia directa con la enfermedad, procesos iniciáticos no tradicionales o estudio autodidacta. El curanderismo no es una estructura rígida, sino un camino de aprendizaje continuo, humildad y conexión profunda con lo sagrado.
Los saberes ancestrales resurgen hoy como una respuesta urgente frente al desencanto generalizado hacia la medicina alópata, al colapso ecológico, a la medicalización excesiva de la vida cotidiana y a la creciente precarización de los sistemas de salud. En muchos lugares, el acceso a servicios médicos de calidad se ha vuelto un privilegio. En este contexto, sanar se ha vuelto un acto de resistencia, y las curanderas —junto con parteras, herbolarias, terapeutas tradicionales, sobadoras, chamanas y médicas del espíritu— se han convertido en defensoras de una salud integral y accesible para todos.
Curar en tiempos de crisis: acto de comunidad y resistencia
En la mayoría de los sistemas hegemónicos actuales, el cuidado del cuerpo y del alma se considera un lujo, no un derecho. Especialmente en zonas marginadas, los sistemas de salud han colapsado o se mantienen ausentes. Frente a este abandono, la recuperación y defensa de los usos y costumbres ancestrales no es solo una práctica espiritual o terapéutica, sino también un posicionamiento político y cultural.
Preservar las tradiciones no es volver al pasado, sino abrir futuros posibles desde raíces profundas. En tiempos de crisis global —económica, sanitaria, ecológica y espiritual— el arquetipo de la curandera resurge con fuerza. Las redes sociales, los medios independientes y los movimientos comunitarios comienzan a amplificar su voz. Hoy más que nunca, el mundo necesita de la sabiduría que sana, de los gestos humildes y poderosos de quienes acompañan el dolor con dignidad.

Una medicina del alma, el cuerpo y la comunidad
El curanderismo no se reduce a una sola práctica o disciplina. Es una visión holística e integradora que comprende que todo está conectado: el cuerpo físico, la psique, la memoria, los ancestros, el territorio, los ciclos de la naturaleza, el lenguaje, la comunidad. Por ello, podemos identificar tres grandes ramas dentro de este entramado vivo de saberes, sin que sean excluyentes ni jerárquicas:
1. Curanderismo del cuerpo físico
Incluye prácticas como las sobadas (masajes), atención a partos, aplicación de dietas curativas, herbolaria, medicina tradicional, baños terapéuticos, temazcales, limpias físicas, cuidados paliativos, y otros recursos naturales para recuperar el equilibrio corporal.
2. Curanderismo del cuerpo espiritual
Aquí habita la dimensión simbólica y energética: limpias con huevo o ramas, rezos, pláticas de alivio, interpretación de sueños, uso de oráculos, velaciones, rituales, trabajo con plantas maestras, canalización de mensajes, sanación energética y trabajo con las almas (vivas y fallecidas).
3. Curanderismo comunitario
Involucra prácticas colectivas y rituales que curan no solo a la persona, sino al tejido social. Incluye círculos de palabra, danzas ceremoniales, activismo espiritual, festividades tradicionales, peticiones para la lluvia o las cosechas, defensa de territorios sagrados y memoria ritual de la comunidad.
En todas estas expresiones, el curanderismo se sostiene en una ética del cuidado, la escucha profunda, la reciprocidad con la naturaleza y la comprensión de que sanar es también recordar quiénes somos.
Curanderismo en el mundo actual
En este mundo interconectado, las prácticas tradicionales viajan de múltiples formas. Migran con las personas desplazadas por la guerra, el hambre o el despojo; cruzan océanos en libros académicos y documentales; circulan en redes sociales y plataformas digitales. Ya sea en un altiplano andino o en una ciudad europea, en una comunidad wixárika o en un hospital alternativo de California, la voz de las curanderas sigue resonando.
El curanderismo hoy no es una reliquia del pasado: es una respuesta viva, adaptativa y profundamente humana a las necesidades del presente. Se manifiesta en el cuerpo que se sana, en la comunidad que se reconstruye, en la palabra que consuela y en el ritual que reconecta con lo sagrado.
Christian Ortíz.


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